martes, 26 de agosto de 2008

La reunión de presupuestos

-Un relato sobre Miklós-



Miklós se había unido a la comisión de presupuestos por una sola razón.

Si quieres que una cosa se haga bien, es mejor que la hagas tú mismo. Así que se había presentado a las elecciones del segundo cuatrimestre, y toda su clase le había votado en masa junto con gran parte de los cursos superiores; y no sólo por su voz, ni siquiera porque supiese más historias escandalosas sobre Caffarelli que todos ellos juntos, sino porque había hablado con tanta convicción que resultaba contagioso, y de todos modos ¿quién quería ser comisario de presupuestos cuando se podía ser gerente de actividades extraescolares e ir a todas las excursiones, o delegado de medios de comunicación para salir en los periódicos todos los meses, o simplemente no hacer nada y dejar que se ocuparan los adultos? Pero el reglamento del colegio preveía la participación de los alumnos a partir de doce años si tenían algo que decir, y había un asunto sobre en cual Miklós tenía algo y hasta mucho que decir. Era, como dijeron sus compañeros de clase, un hombre con una misión.

E inmediatamente rectificaron la palabra “hombre” a la luz de los últimos papeles operísticos del recién elegido comisario, que incluían Eurídice, Almirena y Vitellia.

Hombre o no, en cualquier caso Miklós era un soprano con una misión, y por eso se hallaba ahora sentado con el resto de comisarios en torno a la mesa de la sala de juntas donde estaba celebrándose la reunión de presupuestos. Había representantes de los profesores, representantes de los alumnos, representantes del personal de administración y servicios, y Miklós era entre cinco y cincuenta y cinco años más joven que cualquiera de los demás asistentes.

Y se aburría hasta el infinito.

Partida de presupuestos para cuadernos de hojas cuadriculadas. Pero son más caros que los de hojas en blanco, dijo el profesor de Lenguaje Musical III. Pero los pequeños se tuercen escribiendo en las hojas en blanco, replicó el profesor del Taller de Percusión I. Los de grapas son más baratos que los de espiral, aportó alguien esperanzadamente. Es fundamental que los niños coman verduras y pescado azul. O toman leche en las comidas o toman pescado azul, advirtió una voz severa. No podemos permitirnos las dos cosas.

Miklós había apoyado los brazos sobre la mesa, la cabeza sobre los brazos y jugaba a adivinar quién había hablado por el tono y el timbre de su voz. Seguía aburriéndose: era un juego demasiado fácil.

No nos vendrían mal redes nuevas para las porterías del campo de fútbol. ¿Cuántos litros de líquido de lavavajillas decís que gastamos el curso pasado? Y lo que hemos pagado de calefacción este invierno no es ni medio normal. Ha sido un invierno frío, defendió el subdirector de la biblioteca. Ni medio normal, insistió el dueño de la voz severa, que ostentaba los importantes cargos de secretario de la comisión y clavecinista titular de la orquesta de cámara.

Miklós se entretenía en aquel momento contando las bolitas de lana que salpicaban las mangas de su jersey.

-Siguiente punto del orden del día: propuesta de partida presupuestaria destinada a renovar los uniformes de los alumnos de primer a sexto curso.

Siguió una discusión acerca de los diversos precios y calidades de los pantalones existentes en el mercado, aderezada con detalles sobre el porcentaje de fibras acrílicas utilizado por unos y otros fabricantes. Miklós continuaba contando las bolitas de sus mangas, pero esto le resultaba ligeramente más interesante que lo anterior. Ahora era un soprano que se aburría pero que había recordado su misión. La única razón por la que se había unido a la comisión de presupuestos.

-¿Alguna otra aportación? – dijo el secretario, con la peculiar mezcla de desgana e impaciencia que sólo se desvanecía cuando se sentaba al clave.

La comisión al completo clavó los ojos en el chico, que se había puesto en pie para descubrir que, en contraste con el tedio de los últimos tres cuartos de hora, estaba muy nervioso. Una rápida mirada a su público le permitió detectar la perplejidad ambiental: puesto que todavía no había abierto la boca, quizá se les hubiera olvidado que estaba allí. Pues estoy, pensó. Y tengo una cosa que decir, y voy a decirla.

Tomó aire. Sentía el corazón latirle en la garganta. Aunque no sabía lo que era la timidez, y estaba más que acostumbrado a tratar con adultos, nunca había hablado en una reunión tan solemne como esta. El secretario sería especialmente difícil de convencer.

Empezó, un poco titubeante.

-Bueno... las propuestas que acabamos de oír las aplaudiría cualquier Asociación de Padres, está claro. Son sensatas y prácticas y cubrirían perfectamente las necesidades de Szent Cecília..., tal como se han planteado aquí. Pero esto es un orfanato, así que no dependemos de ninguna Asociación de Padres que apruebe o desapruebe nuestra gestión. Nos gestionamos nosotros mismos. Y además de un orfanato, esto es un conservatorio. Una escuela de música –a medida que hablaba, sentía desaparecer su nerviosismo, igual que cuando en un aria de Haendel el crescendo le raptaba y le elevaba en sus alas y él olvidaba que estaba en un escenario y ante los ojos de muchos-. Cuando Zoltán Vikár fundó Szent Cecília aquí en mitad de la nada, en plena llanura de la Transdanubia, ¡no quería que fuéramos prácticos! ¡Quería que fuéramos artistas! Si hubiera querido una vida normal se habría quedado en Budapest. Pero se vino aquí y vivió aquí porque lo que él quería era un sitio donde la vulgaridad del mundo no pudiera entrar, donde sólo hubiera música y el otro mundo creado por la música. ¡Vikár quería que sus Stradivarius los restaurara el mejor luthier de Hungría, aunque luego no él pudiera comprarse un traje nuevo en diez años! ¡Quería belleza, quería reyes y reinas en el escenario, QUERÍA DIOSES! ¡Y yo también! No quiero un uniforme nuevo si eso significa que tenemos que escatimar en las óperas. Prefiero mil veces llevar un uniforme de segunda mano y esos jerseys que nos pasan los mayores porque a ellos ya no les valen y que están llenos de bolas –añadió, súbitamente inspirado-. Por llevar un jersey lleno de bolas no pasa nada. ¡Pero si la tela del vestido de Eurídice no tiene una buena caída, sí que pasa! ¡Si la armadura de Rinaldo es de plástico barato, la vida ya no merece la pena! El otro día, en el ensayo, László llevaba una capa de poliéster que habría hecho que Farinelli se revolviera en su tumba –se detuvo un momento y agregó, pensativo-: Bueno, si no le hubieran desenterrado el año pasado... Da igual. El caso es que yo quiero que Farinelli y Haendel y Vivaldi se sientan orgullosos de nosotros. ¡Quiero que se revuelvan en sus tumbas, pero no de vergüenza, sino de placer! –exclamó en un paroxismo de exaltación-. ¡No necesito un uniforme nuevo, no necesito para nada que Szent Cecília sea como los colegios de los ricos! ¡Lo que necesito es saber que hay un sitio, aunque sólo sea uno en todo el mundo, donde la belleza perfecta es lo más importante, donde todo lo demás va después! El mundo puede ser una mierda, y feo, y cruel, y no me importa. No me importa porque la música me cura de todo eso. Pero para que me cure, la música tiene que ser perfecta. Necesito que todo el arte que hagamos aquí sea perfecto. Necesito un presupuesto de ciento cincuenta mil forint para tejidos de primera calidad para el teatro.

Grandes aplausos. Miklós volvió en sí y se sentó. Jadeaba ligeramente, como si hubiera cantado un trémolo demasiado largo, y mientras procuraba recuperar el aliento advirtió que en torno suyo algunos jóvenes y profesores se secaban disimuladamente los ojos.

El secretario, con gesto contrito, anotó algo en su libro de actas y comentó, sin levantar la mirada:

-Enhorabuena, Miklós. No dudo que estarás muy guapo vestido de muaré rosa. En cuanto a ese jersey que llevas, va a haber que ir poniéndole parches en los codos. Bien, pasemos al siguiente punto de... No puedo creerlo.

Se frotó los ojos, se reajustó las gafas sobre el puente de la nariz y prosiguió, con un suspiro:

-El siguiente punto del orden del día es la propuesta de partida presupuestaria con destino a la restauración de los Stradivarius de la orquesta.

Miklós sonrió. Siempre dijo que se había unido a la comisión de presupuestos por una sola razón.